"El restaurante captura toda la esencia local en sus paredes, situado en un rincón apartado del bullicio de la población y rodeado de la naturaleza exuberante. La dueña nos atendió de maravilla en todo momento, irradiando una simpatía sin igual que hizo nuestra visita aún más especial. Optamos por el menú sidrería y quedamos encantados. Comimos croquetas de jamón (8 unidades) que parecían derretirse en la boca, una tortilla de bacalao tan esponjosa como una nube, y un chuletón a la brasa cuyo aroma por sí solo era un deleite, acompañado de crujientes patatas fritas y una fresca ensalada. El maridaje perfecto fue una botella de sidra que parecía contener la esencia de los manzanos vascos, y para terminar, un postre de queso con membrillo, un clásico que nunca falla en este tipo de menús. Cada bocado y cada sorbo nos transportaron a la verdadera alma del País Vasco, en un entorno donde el tiempo parece detenerse y la magia de la gastronomía cobra vida."